Tras más de 30 km dando vueltas, me rendí a la evidencia. Es evidente que alguien que compra un eléctrico lo hace sabiendo que va a tener disponible un punto de carga —normalmente, mediante una instalación de un punto doméstico conectado a su contador en la plaza de garaje—, pero para quien como yo probaba la experiencia, la sensación fue de estrés. No solo no podía recargarlo: encontrar información fiable sobre estos puntos y si funcionaban o no era demasiado complicado. La infraestructura está en pañales.
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