El resultado es que si tenemos planificadas tareas para nuestras ocho horas de trabajo lo más probable es que acabemos el día con una buena parte de ellas sin finalizar. Esto al final crea frustración, genera estrés y la sensación de que planificar no sirve para nada. No es cierto, más bien se trata de afrontar la programación de nuestro día a día de forma más flexible.
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