El correo electrónico es una bendición y una condena. Para muchos, ya no es posible imaginar nuestro entorno laboral sin él. ¿Cómo se coordinarían muchos grupos de trabajo? ¿Cómo se enviarían los documentos necesarios para un proyecto? ¿Cómo haría el gracioso oficial de la empresa para hacer llegar a todos en la oficina los últimos memes sobre Pablo Iglesias? Quizá esa última pregunta sea respondida por más de uno con un "ojalá no pudiera...".
Y es que el frenesí con el que algunos se entregan a enviar emails (algunos útiles, otros completamente innecesarios) convierte a menudo nuestro buzón de entrada en una montaña de correos por leer, en la que todo se mezcla. Discernir qué es importante y qué no, y gestionarlo con eficacia, se convierte en un desafío al que hacemos frente con más o menos ánimo según nuestro humor.
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