viernes, 25 de diciembre de 2015

Móviles, tablets, televisiones… ¿Cuánto tiempo deben pasar los niños delante de las pantallas?

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Estamos introduciendo a los niños en la tecnología a edades cada vez más tempranas. Incluso comprobamos que niños de apenas dos años se desenvuelven perfectamente con una tablet para adultos, y las marcas de juguetes ya han desarrollado sus propias tablets para niños. Los niños están cada vez están más rodeados de pantallas que ofrecen ingentes cantidades de información y estímulos, así como un grado de interacción inédito en la historia de la humanidad. ¿Qué efectos están ejerciendo estos cambios en la dieta cerebral de los niños?

Según Dimitri Christakis, pediatra e investigador de la Universidad de Washington que ha publicado casi 200 artículos de investigación sobre cómo las experiencias tempranas afectan a los niños:

Un niño en un mundo desarrollado como Estados Unidos o en España empieza a ver la televisión normalmente con cuatro meses. Y ahora sabemos que en Estados Unidos el 75% de los niños de tres años tienen su propio dispositivo móvil. (…) Estamos introduciendo a los niños en esta tecnología muy pronto, y pasan mucho tiempo haciendo eso. Un niño de preescolar de Estados Unidos está unas seis horas al día viendo una pantalla de cualquier tipo en un día cualquiera.

Desarrollo cerebral temprano

Como explica Christakis, nacemos con el cerebro sin desarrollarse totalmente. De hecho, el cerebro de un recién nacido aumenta el triple de tamaño solo en los dos primeros años, y lo hace como respuesta directa a la estimulación externa. La razón de que nazcamos de este modo es doble.

Por un lado, el aumento del tamaño de nuestro cerebro, así como la adopción de locomoción bípeda de nuestros ancestros, que redujo el caudal pélvico para dar a luz un bebé de cabeza demasiado grande, propició que todos naciéramos a medio hacer. Una vez abandonado el claustro materno, todavía somos criaturas indefensas y desvalidas, a diferencia de los animales, que ya nacen instintivamente para cuidar de sí mismos, porque no estamos plenamente formados.

Por otro lado, nacer con el cerebro inmaduro nos ofrece otra ventaja evolutiva: nos podemos adaptar al medio en el que debemos prosperar mejor que cualquier animal, que ya nace con un programa mucho más fijo e inmutable. Ésa es la razón de que los niños aprendan por imitación, adopten el acento de las lenguas que se hablan a su alrededor, los rasgos culturales más sutiles y demás factores del ambiente. Incluso su forma de llorar viene determinada por el idioma materno.

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Usando una analogía, el cerebro de un recién nacido es como un dispositivo lleno de cables que aún no están conectados y que, en función de los estímulos recibidos durante las primeras semanas y meses, se irán conectando progresivamente, configurando la circuitería neuronal del bebé. Todos los cables que resulten inútiles para el entorno, serán desechados. Y es que un bebé nace con más conexiones neuronales que un adulto, pero, en aras de obtener mayor eficiencia, elimina las que no son necesarias, en una especie de poda neuronal. Por eso los bebés suelen ser sinestésicos y poseen oído absoluto. Son esponajas ávidas de estímulos para configurarse como futuros adultos.

Habida cuenta de la importancia de los estímulos tempranos, Christakis manifiesta que tal vez un mundo con tantas pantallas interactivas podría afectar los cerebros aún inamduros de los niños:

Durante mucho tiempo, nos viene preocupando que la sobreestimación de un cerebro en desarrollo pueda acortar el período de atención de los niños.

Mundo digital versus mundo real

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Lo que sostiene Christakis en sus investigaciones es que estimular al niño con dispositivos multimedia a una temprana edad propiciará el desarrollo de una mente que continuamente espera un gran caudal de información de entrada, así como una interactividad muy elevada.

Dado que la navegación de una tablet, en general, no precisa de la habilidad para escribir o leer, los niños pequeños pueden aprender rápidamente consumir películas online, desplazarse a través de fotos de la familia o jugar juegos simples, e incluso usar determinadas herramientas. Desde el principio, pues, los niños ya están interactuando masivamente con pantallas. Nacen en un mundo real, pero también en un mundo digital.

Lo que sostiene Christakis en sus investigaciones es que estimular al niño con dispositivos multimedia a una temprana edad propiciará el desarrollo de una mente que continuamente espera un gran caudal de información de entrada, así como una interactividad muy elevada. El efecto secundario de ello es que los niños preferirán, en un mundo real más lento y menos lleno de estímulos, una superficialidad jalonada de estímulos. La realidad circundante, mucho menos estimulante, les resultará aburrida o anodina en comparación.

Christakis alude ya a estudios que se realizaron antes del advenimiento de las tablets y los smartphones, cuando los niños pequeños consumían muchas horas de televisión, como éste publicado en la revista Pediatrics. El estudio sometió a análisis a 1.278 niños de un año de edad y 1.345 de tres años de edad. Los padres rellenaron cuestionarios de hábitos de consumo de sus hijos y, cuando éstos cumplieron los siete años, se analizó si quienes tenían problemas de falta de atención. Un 10% de los niños que más consumían televisión presentaron problemas de dificultad a la hora de concentrarse y actuaban de forma impulsiva.

Pensémoslo de estre modo: nuestro cerebro evolucionó durante millones de años para procesar las cosas que pasan en el mundo real. Todo lo que pasa en el mundo real pasa a velocidad real. La situación es que el cerebro de un niño trata de adaptarse a un mundo que en realidad no existe. Así que si le enseñamos demasiada tecnología rápida muy pronto, esperará que el mundo funcione así y no lo hace. Si sobreestimulas el cerebro en desarrollo haces que le sea más difícil concentrarse en las cosas que pasan a un ritmo normal.

Dopamina y tiempo

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Christakis ya era conocido hace unos años por su postura en contra de que los niños pequeños consuman demasiadas horas de televisión y, sobre todo, según qué programas de televisión. En ese sentido, Christakis considera, por ejemplo, que una tablet puede ser un aliado en la educación de un niño, pero que el abuso puede ser tan o más contraproducente que el consumo excesivo de televisión.

Con un iPad, en principio, el niño puede hacer lo mismo que hacían las generaciones anteriores con la televisión: ver una película o una serie de televisión. Sin embargo, el iPad también permite interactuar. “Tienen efectos fundamentalmente diferentes en el desarrollo y la cognición”, según Christakis. Cuando imaginamos a un niño en su trona tirando una manzana al suelo, y luego recogiéndosela para que el niño la tire de nuevo, estamos ante un círculo vicioso de placer que en cierto momento detenemos. El niño comprueba que, al tirar la manzana, pasan cosas, y tiene el control de esos sucesos. Con la interactividad de una tablet hay esta sensación continuamente, sin descanso.

Esta sensación de placer puede resultar adictiva, porque activa las vías dopaminérgicas del cerebro. Consumir alcohol, cocaína o tabaco incrementa por diferentes vías la cantidad de dopamina en el nucleus accumbens, el centro del placer-recompensa. Esta dopamina es la que genera la sensación de bienestar, euforia y motivación. Sin embargo, si abusamos, cada vez necesitamos más dopamina para obtener el mismo resultado placentero, lo que obliga a repetir y repetir el acto que la produce. Así es como nacen las adicciones y compulsiones, y eso también explica que juegos como en Candy Crush sean tan adictivos a todas las edades o que los niños que juegan a videojuegos tengan centros de placer más grandes:

Creo que es un problema real y lo he visto en niños de todas las edades. Hay que tener cuidado y poner límites a la cantidad de tiempo que los niños pasan interactuando con las pantallas táctiles. La recomendación basada en investigación con niños menores de dos años en cuanto al tiempo que deben pasar con aplicaciones de pantallas interactivas es de no más de treinta minutos al día. Ese tiempo es el que según los estudios un niño juega con determinado juguete.

Por ello hay que saber administrar el tiempo que el niño hace uso de esa pantalla. En términos porcentuales, Christakis opina que ninguna actividad, sea cual sea, debe ocupar más del 10% de la vida de un niño pequeño. Y que actividades como cantar, leer, jugar o interactuar con adultos y con otros niños, no puede ser nunca sustituido por una tablet.

Autocontrol y superficialidad

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Según sugiere la Academia Americana de Pediatría, en niños de 3 a 5 años se recomienda una hora de uso de pantallas interactivas. En niños entre 6 y 18 años, no más de dos horas al día.

La realidad, sin embargo, es muy distinta a este tipo de recomendaciones, tal y como evidencia un documento de la Academia Americana de Pediatría (AAP), que cita las siguientes estadísticas tras un estudio de la Kaiser Family Foundation: en promedio, los niños de 8 a 10 años pasan casi ocho horas diarias frente a una variedad de medios diferentes y los adolescentes pasan más de 11 horas diarias.

Los niños deben aprender a autocontrolarse y dominar sus deseos de usar la tablet, porque solo así se convertirán en adultos felices y responsables.

Tal y como explica la psicóloga clínica afiliada a Harvard Catherine Steiner-Adair, autora del libro The Big Disconnect: Protecting childhood and family relationships in the Digital Age, ofrecemos estos dispositivos a los niños para distraerles, en vez de enseñarles a autoncontrolarse y tranquilizarse. Usamos el iPad para dejar de oírles, pero en cuanto desaparece el iPad, el problema surge de nuevo. Los niños juegan a Plantas contra Zombies de camino en el coche, de camino al colegio, para que no molesten, pero los niños no necesitan eso: necesitan tiempo para soñar despiertos, abordar ansiedades y compartirlas con los padres.

Los niños deben aprender a autocontrolarse y dominar sus deseos de usar la tablet, porque solo así se convertirán en adultos felices y responsables, tal y como ha analizado durante décadas el psicólogo de Stanford Walter Mischel, célebre por su experimento de la golosina. Poseer un mayor autocontrol nos convierte en adultos con mejores trabajos, más amigos, y mayor grado de salud, entre otros factores. El autoncontrol incluso nos hace estar más satisfechos de nosotros mismos, como sugiere otro estudio publicado en Journal of Personality.

Finalmente, la adicción a las pantallas, desarrollada desde edades muy tempranas, nos inclina hacia la multitarea y el uso superficial de todos los elementos: un poco de mensajería instantánea, otro poco de videojuegos, otro instante para comprobar el correo, etc. Solo el pensamiento profundo y sostenido hacia una misma tarea nos permite abordar determinados problemas, así como nos permite leer textos complejos, tal y como defiende Nicholas Carr en su libro Superficiales. Leer hiptextos también parece que nos hace recordar menos lo leído que al leer un texto lineal. James Evans, sociólogo de la Universidad de Chicago, en un artículo que publicó en Science incluso sugiere que los artículos científicos están perdiendo profundidad y matices a causa de internet y las posibilidades para la multitarea y el hipertexto que ofrece.

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Por si fuera poco, los adolescentes descansan menos por las noches porque envían decenas mensajes a través de su móvil antes de dormirse, y no es extraño que se despierten en mitad de la noche para responder a algún whatsapp recibido, según el Centro Médico JFK de New Jersey. Tampoco la luz emitida por esas pantallas es favorable para recuperarse totalmente durante la noche, y produce muchos desórdenes.

No todo son desventajas

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A pesar de que aplicaciones como Baby Einstein son un mito, a juicio de Christakis, parece que la nueva dieta multimedia que reciben las nuevas generaciones sí que podría estar incrementando determinas área de la inteligencia, como pone de manifiesto el llamado efecto Flynn, que se traduce en la la subida continua, año tras año, de las puntuaciones de cociente intelectual.

En el Everything Bad Is Good for You, Steven Johnson teoriza que el efecto Flynn se debe, sobre todo, a que los medios de masas cada vez son más complejos y recibimos información más interactiva. Como él mismo escribe:

El efecto Flynn es más pronunciado en los tests que evalúan lo que los psicométricos llaman g, el índice que da la medida más aproximada de lo que se denomina “inteligencia fluida”. Los tests que miden el índice g a menudo prescinden de palabras y números que son reemplazados por preguntas que sólo se valen de imágenes y que evalúan la habilidad del sujeto para reconocer patrones y completar secuencias de formas y objetos.

Algunos expertos también consideran que las tablets son beneficiosas incluso en los niños más pequeños, como Jill Buban, decano de la Facultad de Educación de la Universidad Publica en Waterbury Connecticut, aunque como Christakis admite que debe controlarse el tiempo y los padres deben tutelar su uso.

Sea como fuere, el debate entre los que están a favor de las nuevas tecnologías en el desarrollo de los niños y los que están en contra en ocasiones se torna demasidao dogmático, maniqueo y combativo, como si fueran dos trincheras académicas diametralment opuestas. Necesitamos encontrar formas de optimizar el papel de los medios en nuestra sociedad, aprovechando sus atributos positivos y minimizando los negativos. Las tablets llevan, además, muy poco años entre los niños, así que las investigaciones al respecto quizá son demasiado prematuras.

Después de todo, el mundo real pudiera ser poco estimulante para estos nuevos nativos digitales, pero ¿acaso no estamos siendo encaminados hacia un mundo más digital que real donde la atención está más distribuida y es menos individual?

Imágenes | Pixabay

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